Otro año más, y espero que no el último, a la caza del lector en la #FLMADRID22. Tengo que decir que alguno fue a cazarme a mí y hasta con algún encargo, aunque fueron los menos.
Toca seguir escribiendo y trabajando para que los que cazo y me cazan se queden conmigo, para continuar haciéndoles soñar y disfrutar, que para eso estamos.
Gracias, como siempre, a los que os acercasteis a conversar sobre La habitación de Minerva y a los que os la llevasteis bajo el brazo.
¿Bellas anécdotas? Un par o tres. Seguramente a los escritores que están acostumbrados a ir a ferias del libro, que cuente mis batallitas les parecerá una ñoñez, pero me hace ilusión, qué le voy a hacer.
Mi primera venta de la tarde fue a Pilar. Vino a la caseta de la Editorial Maluma buscando una obra de Saramago. Le dije que para eso tendría que ir a las casetas de librerías porque en la de Maluma solo se vendían ejemplares de la editorial.
Se quedó conforme y me dio las gracias por la indicación y entonces puse el chip «depredador». Me preparo para el salto, agacho las orejas y suelto: «Bueno, yo no soy Saramago niiiii de lejos, pero he hecho mis pinitos en esto de la escritura. ¿Le apetecería echar un vistazo a la sinopsis de mi novela?».
Y le apeteció, y lo más grande, le gustó y lo más grande aún, la quiso comprar.
Cojo pluma y le dedico la novela encantada de la vida y pensando «no te vas a arrepentir, Pilar, vas a disfrutar de lo lindo» y, cuando toca pagar, resulta que la tarjeta no le funciona. Después de varios intentos, la mujer desistió y nos dijo que volvería la semana siguiente a pagarlo.
Yo no soy recelosa y Pilar tenía una cara de lo más confiable, pero, a ver, yo no soy Saramago y ni en sueños lo seré jamás, así que me quedé con la sensación de un inicio de firma de ejemplares un poco negruno: ejemplar condenado (le pregunté a una de mis editoras si les había pasado algo parecido antes —ya llevan muchos años en la profesión— y me dijo que no. ¡Maldita sea mi suerte!).
Después me enteré de que la buena de Pilar volvió a la caseta, pagó y se llevó la novela para alegría y consuelo de mi corazón. Gracias, Pilar.
Afortunadamente el inicio negruno se evaporó al momento, cuando una preciosa chica me sorprendió diciéndome que venía a por un ejemplar de La habitación de Minerva por encargo de un amigo de su madre —también escritora—, que vivía en Elche (no estoy muy segura de este dato). Bueno, flipé.
Y luego me vine más arriba cuando una pareja se acercó a curiosear: la mayoría de los lectores, después de recorrer 339 casetas, ya llevan los bolsillos vacíos y la vista y los pies cansados. Alegría, alboroto… pero vaya, a ella no le va el terror y a él no le vuelve loco leer… pero sí el terror: «Soy más de pelis», me confiesa.
Vaya por Dios, me rindo, pero de repente, después de leer la sinopsis, el muchacho me dice que se la queda. Alegría y alboroto de nuevo. Y entonces, su pareja me dice: «Sería uno de los primeros libros que se lee, si lo hace, vuelvo y te pongo un monumento». Lo del monumento no fue exactamente así, a lo mejor me dijo que me invitaba a una cerveza, no lo recuerdo, pero, si vuelven para decirme que se ha leído La habitación de Minerva, quien les invita a una cerveza soy yo.
Siguiente quehacer: visita al gran Carlos Sisí, un tipo amable y llano como pocos y con una embaucadora pluma para el terror y la ciencia ficción. Tuvo la santa paciencia de firmarme las tropecientas mil novelas que me llevé con una sonrisa y aguantando mi verborrea.
Cerré la jornada haciendo una visita a la caseta de Nowevolution Editorial. Le tenía echado el ojo a un par de novelas y para casa que se fueron junto con el botín de mis compañeras de editorial: Maro Lemus y Cristina Ruiz Gallardo.
Un bello día lleno de bellas anécdotas y bellos recuerdos.
HASTA EL AÑO QUE VIENE, FLMADRID.