
El brillo de las luciérnagas de Paul Pen (Penguin Ramdom House, 2013)
Empiezo las reseñas de este año por todo lo alto. No conocía a Paul Pen y fueron las estanterías de superventas de unos grandes almacenes las que atrajeron mi atención sobre él y la sinopsis (la pongo al final) acabó por darme el empujón final.
Ya me quejé en mi reseña-pataleta de «Todo arde» de Juan Gómez-Jurado del hecho de que nos metan por los ojos lo que tenemos que leer y que luego te encuentres algún truño que otro, que ha sido publicado solo por ser vos quien sois, sin embargo, este no es el caso, ni de lejos.
«El brillo de las luciérnagas» narra una historia extraña e inquietante desde el punto de vista de un niño. El autor nos presenta a una familia de siete miembros (padre, madre, hija, hijo, hijo y abuela), todos ellos severamente desfigurados —a excepción de uno de los vástagos, que es el protagonista y narrador de la historia, al menos, en primera instancia—, que viven encerrados bajo tierra.
El crío nos cuenta las rutinas y las peculiaridades de cada miembro de su familia, personajes que, dentro de la misma aberración que es vivir sin ver la luz del sol durante años —diez, para ser exactos— y de sus propias rarezas, hacen una vida de lo más normal. Rectifico: no hacen una vida normal, hacen como si la vida que llevan fuera normal. Y claro, el chaval al final se escama, ve y escucha cositas que no le cuadran y comienza a hacerse preguntas, como es lógico: uno crece y ya no le vale lo que le digan los mayores.
Ahora, si el niño se plantea preguntas, el lector ni te cuento. Empiezas a imaginarte decenas de posibles sucesos previos que expliquen por qué viven así y por qué son así. Decenas no, ahí me he pasado, pero tres o cuatro sí, aunque, por supuesto, lo que ocurrió de verdad, ni de coña.
Paul Pen te deja miguitas esturreadas para que juntes el puzle, lo montas y te lo desmonta, lo vuelves a montar y coge y te lo desbarata de nuevo, hasta que ¡boom!, él mismo te cuadra las piezas, pero ya desde otro punto de vista, fuera de la visión del protagonista.
En alguna que otra novela, este juego me ha resultado desesperante y cansado, una invitación al abandono, sin embargo, en «El brillo de las luciérnagas», no. Al contrario, es divertido, sorprendente y engancha que no veas, porque está muy bien llevado, no es un mareo que se alarga hasta el infinito, redundante y agotador, ni tampoco detectivesco, simplemente, te lleva y te dejas llevar.
Y encima, Paul Pen escribe de maravilla.

Aunque, ojo, que divierte y engancha, pero sufres muchísimo. Aborda temas complejos y muy duros; te muestra situaciones que te tocan profundamente la patatilla —se me han escapado lagrimillas leyendo esta novela, cosa que no recuerdo que me haya pasado nunca—; es tierna y despiadada; intimista y abierta —ocurre entre cuatro paredes, pero hay todo un universo entre ellas—; mágica y realista; increíble y verosímil.
Total, que la recomiendo a voces y que de mayor quiero escribir como Paul Pen.
Lo admiro y envidio, pero esta vez es envidia de la buena.
Valoración: 🍺🍺🍺🍺🍺/5
Sinopsis:
Tengo diez años y llevo toda mi vida en este sótano.
Vivo en la oscuridad con mis padres, mi abuela, mi hermana y mi hermano. Todos están desfigurados por el fuego. Mi hermana lleva una máscara blanca para tapar sus quemaduras, porque papá dice que su cara podría asustarme.
Me gusta mi cactus. Me gusta leer mi libro sobre insectos. Y tocar durante horas el único rayo de sol que se filtra por una rendija del techo. Pero desde que mi hermana tuvo al bebé, todos actúan de forma extraña. Creo que mienten sobre quién es el padre, sobre el hombre grillo que acecha por las noches, sobre lo que sucedió antes de que yo naciera, sobre por qué estamos aquí encerrados.
Por lo menos tengo las luciérnagas. Llegaron hace unos días al sótano y las he guardado en un bote. Como dice mi abuela, no existe criatura más fascinante que aquella que es capaz de crear luz por sí misma. Esa luz me anima a conocer el mundo exterior, a escapar, a descubrir qué sucedió. Lo malo es que aquí todas las puertas están cerradas. Y no sé dónde voy a encontrar una salida…