Reseña: «El olor de las hojas muertas» de Sergio Moreno

Madrid envuelto en una lluvia roja, Bordadores, Arenal, el Palacio Real, la Catedral de la Almudena, el Puente de Segovia… Calles y monumentos cubiertos por una pátina rojiza. Y después, por cadáveres.

El olor de las hojas muertas de Sergio Moreno (Nowevolution Editorial)

Madrid envuelto en una lluvia roja, Bordadores, Arenal, el Palacio Real, la Catedral de la Almudena, el Puente de Segovia, el Paseo de Extremadura… Calles y monumentos cubiertos por una pátina rojiza. Y después, por cadáveres.

Sergio Moreno nos presenta un apocalipsis cercano, primera cosa que le agradezco igual que se lo agradecí a Loureiro con Apocalipsis Z y a Carlos Sisí con Los Caminantes —de vez en cuando me gusta pasar miedo en casa sin tener trasladarme hasta Wichita o al condado de Derbyshire—, y con una vuelta a lo que ya hemos visto o leído cientos de veces. Por ejemplo, se aparta del típico plantel de tropecientos personajes, cuyas vidas durante el fin de Mundo discurren en paralelo hasta cruzarse y/o descruzarse, para centrarse en un niño, Darío, su familia y un individuo muy especial llamado Vicente Ayala.

Ayala es especial en varios sentidos: uno de ellos es que el tipo está como una regadera —entre otras cosas mucho más preocupantes, es superfán de Charles Hoy Fort (más adelante hablaré del amigo Charles)— y el otro forma parte de lo que le ha tocado en suerte con respecto a la causa del colapso de la humanidad. Y es que el personaje de Ayala y su condición serán cruciales en el desenlace de la historia.

El protagonista, Darío, con solo once años, se enfrenta a este apocalipsis con inteligencia, valentía y cierta capacidad, también especial, pero muy distinta a la de Ayala. Todo comienza con una lluvia de líquido rojo y otra de meteoritos y la transformación paulatina de los seres vivos en meras coberturas de piel dotadas de cimbreantes aguijones.

Una de las cosas que me ha gustado de la novela es que el autor no describe a estos monstruos de una manera detallada, no obstante, acojona. Putrefacción, caras que no son caras, silencio total y una cola como un dardo afilado que bate el aire en busca de víctimas (en mi cabeza esa extremidad se asemejaba al aguijón de un escorpión, a ver cómo se dibuja en la vuestra, si os animáis a leerla).

El autor nos conduce por el centro de Madrid de la mano de Darío. Con él buscamos a su padre sorteando la devastación, a las horribles criaturas —antes humanos y animales— que la pueblan y el miedo a convertirse en una de ellas. Por el camino, Sergio nos hace viajar en el tiempo para mostrarnos el comienzo del fin y explicarnos gradualmente qué significado tienen la lluvia, los meteoritos y el porqué de la metamorfosis de sus congéneres y demás seres vivos.

El final: sorprendente y angustioso. Debo confesar que esperaba un desenlace más optimista, a pesar de ello, Sergio ha conseguido dejarme conforme acudiendo a una especie de justicia poética en la que juega un papel fundamental el personaje de Vicente Ayala. Sí, el superfán de Charles Hoy Fort.

Y ¿quién es Charles Hoy Fort? ¿Un conspiranoico? ¿Un chalado? ¿Un científico adelantado a su tiempo? Por lo pronto, fue un personaje real (yo no lo conocía, disculpad mi ignorancia). Según Wikipedia: «fue un investigador estadounidense, conocido por dedicarse al estudio de fenómenos anómalos no solventados por la ciencia de su época». Hablamos de principios del S. XX, Hoy Fort recopiló en su obra, El libro de los condenados, un cerro de hechos inexplicables — entre ellos las lluvias de colores, como la roja, y la caída desde del cielo de materiales tanto orgánicos como inorgánicos— rescatándolos de la exclusión y desprecio de la ciencia ortodoxa, y lo hace de tal modo y con tal lenguaje (por lo poquito que he leído) que entiendo por qué Sergio Moreno se sintió atraído e inspirado por su obra a la hora de crear El olor de las hojas muertas:

Por condenados, entiendo a los excluidos. Tendremos una procesión de todos los datos que la Ciencia ha tenido a bien excluir. Batallones de malditos, dirigidos por los descoloridos datos que yo he exhumado, se pondrán en marcha. Unos lívidos y otros inflamados y algunos podridos. Algunos de entre ellos son cadáveres, momias o esqueletos chirriantes y vacilantes, animados por todos aquellos que fueron condenados vivos.

Sustituiré la aceptación por la creencia. Las células de un embrión cambian de apariencia en diferentes épocas. Lo que está firmemente establecido cambia difícilmente. El organismo social es embrionario. Creer firmemente es retardar todo desarrollo. Aceptar temporalmente es facilitarlo.

Genial Hoy Fort. Se merece un post para él solito. Pero vuelvo a lo que estaba que me voy por los cerros de Úbeda.

El olor de las hojas muertas: muy recomendable para los amantes del género apocalíptico y del terror, no defrauda, no es una más.

Valoración: 🍺🍺🍺🍺/5

Sinopsis:

Un cuervo posado sobre la luna.
Eso es lo que ve Darío cuando, a una semana de cumplir once años, los noticiarios de todo el planeta se llenan de imágenes que muestran una extraña sombra cubriendo parte de su circunferencia. Septiembre está empezando a alfombrar la ciudad con un manto de hojas muertas y, mientras él trata de imaginar una causa para semejante suceso, el mundo vive pegado a la televisión. Pero lo que deben ver no está tras las pantallas, sino tras los cristales de las ventanas.
Mientras tanto, no muy lejos de allí, un hombre lo contempla todo con una sonrisa de satisfacción. Porque cree saber qué es lo que está pasando. Porque todo está escrito en un libro que le ha obsesionado desde su juventud. Siempre supo que todo lo que contaba era cierto, y ahora que el mundo parece condenado, el nombre de su autor ha pasado a ser el de su Dios particular.
«Charles Hoy Fort lo sabía —se dice—. La cuenta atrás ha empezado».

Darío deberá enfrentarse al miedo y la soledad cuando el silencio se coma su vida, cuando la lluvia se lleve consigo todo lo que fue y deje únicamente a un niño con un chubasquero amarillo y una mochila a la espalda en las calles de Madrid.
Unas calles que pronto se teñirán de rojo.

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