
Vienen cuando hace frío de Carlos Sisí
Insólita Editorial, 2017
Relectura. He leído mucho a Carlos Sisí y por lo general me ha entusiasmado, hasta la indescifrable Alone at The Top (Obscura Editorial, 2022), pero esta novela se había quedado en mi hipocampo con un regustillo extraño, tirando a amargo. Por aquél entonces, no hacía reseñas de lo que leía así que no recordaba exactamente por qué guardaba esa sensación. De modo que la he vuelto a leer.
Empieza bien: un retiro forzado a una cabaña aislada, nieve, unas misteriosas advertencias y la aparición de los que vienen cuando hace frío.
En la primera parte encontramos un horror intimista, cercado por espacios y ambientes conocidos y relativamente familiares para cualquier lector. Esa parte me gustó y la leí con avidez, pero luego la historia deriva en una aventura monumental de corte fantástico, con elementos del horror cósmico que, sinceramente, me pareció un poco ida de olla. No me resultó cómoda ni fácil la transición y se fue disipando mi mono de lectura.
La historia transcurre en Estados Unidos y Canadá. Entiendo que el autor la ambienta allí por lo que ocurrió en el lago Anjikuni, en Canadá, donde desaparecieron sin dejar rastro los habitantes de un pueblo entero —suceso que Sisí menciona en la novela y que enlaza con parte del argumento—, sin embargo, no creo que realmente sea necesario. Si esa misma historia la planta en un bosque gallego, por lo menos a mí, me hubiera resultado más atractiva.
Por otra parte, la narración está tan americanizada que acabas harta de tanto vocativo: Joe, no sé qué; Allen, no sé cuánto; Joe, que mira; Allen, que ojo. Hay un diálogo en el que el mismo autor se lía con tanto nombre y acaba asignando frases a quien no es. También hay otros —precisamente en la segunda parte— que resultan artificiales y redundantes y parecen una mera parada para coger aire en un viaje que se hace larguísimo.
También he echado de menos saber más de algunos personajes, como del pegote del pobre Allen, que es un simple acompañante del protagonista. Parece como si Sisí lo hubiera colocado en la novela únicamente para darle vidilla al asunto y no dejarnos a a solas con Joe Harper durante días caminando por ese universo delirante y extraño en el que nos sumerge.
¿El final? También raruno y no tan espectacular como cabía esperar después de la apabullante magnitud escénica y argumental en la que desemboca el relato.

Me da penica porque me gusta mucho como escribe Carlos y además me parece un tío muy majete pero esta novela no fue, ni es, para mí.
Valoración: 🍺🍺🍺/5

La crisis económica azota Estados Unidos. Joe Harper acaba de perder su empleo y, con el poco dinero que le queda, decide abandonar Baltimore y mudarse a la cabaña que su abuelo, el mítico Cerón Harper, le dejó en herencia cerca de Sulphur Creek, en las montañas de Canadá. Es un lugar remoto y aislado, ideal para vivir con poco dinero mientras espera a que todo mejore. La cabaña está prácticamente en ruinas, pero Joe no se desanima. Reconvertido en pionero, arregla el tejado, repara con tablones el porche y consigue hacerla habitable. Casi enfebrecido por el cansancio, se siente vivo.
Para su sorpresa, pronto descubre que Sulphur Creek se vacía durante los duros meses de invierno. Con cualquier excusa, los lugareños abandonan el pueblo temporalmente. Un hecho curioso, que Joe atribuye a las extremas temperaturas, pero que parece adquirir otro significado cuando uno de sus vecinos le advierte: «No pase aquí el invierno. Ellos vienen. Vienen cuando hace frío».