Reseña: «Cuento de Hadas» de Stephen King

Una leal súbdita decepcionada. En general la novela me ha dejado un regusto infantiloide. Me quedo con el Stephen King de terror, novela negra o viajes en el tiempo

Me ha costado, pero la he terminado.

Esta no es una novela para mí (que es lo que se suele decir cuando a uno no le ha gustado lo que ha leído). Ojo, parto de la base de que la fantasía no es uno de mis géneros favoritos, pero esperaba que el maestro le diera una vuelta de tuerca con cierta originalidad. Y quizá la tenga, pero, al ser poco conocedora de este género, lo mismo no la he visto.

Soy una leal súbdita de King y ya he dicho en otras ocasiones que, independientemente de cómo evolucionen y finalicen sus historias, el camino siempre resulta entretenido y cómodo por su increíble manera de escribir, sin embargo, este no ha sido el caso y me da hasta pena admitirlo. Ya ves tú, como si con eso decepcionase a alguien.

(Las ilustraciones son las originales de la novela. Autores: Gabriel Rodríguez y Nicolás Delort).

La novela se divide entre lo que ocurre en nuestro mundo y lo que ocurre en el otro mundo (abajo pongo la sinopsis, en esta ocasión no os voy a aburrir contando a mi manera de qué va la historia): un reino maldito envuelto en la tiranía, lleno de animales descomunales, enanos, gigantas, sirenas y gente deformada por una cruel enfermedad. El protagonista, Charlie Reade, pasa de uno a otro a través de un pozo escondido.

En mi caso (he leído otras reseñas que justo valoran más lo contrario) preferí la segunda parte, pero no al completo, solo a partir de determinado momento, y lo que no me gustó de ambas responde a las mismas causas: repetición, inactividad y lentitud, pero no de las que agradan, de las que no entorpecen y lees regodeándote en cada frase disfrutando sin pensar, sino de las que «hay, madre, pero cuándo se van a acabar los prolegómenos y va a ir al grano».

Porque hay fragmentos que son casi un «mi querido diario»: Charlie va a ver al señor Bowditch, Charlie da de comer al señor Bowditch, Charlie da de comer a la perra, Charlie hace la cama, Charlie se va al instituto, Charlie se toma un café… Esto en la primera parte y en la segunda: Charlie empuja la carretilla, Charlie piensa en tomar un trago de agua, pero no lo toma, Charlie va por un camino y te cuenta todo lo que va viendo: a unos paisanos, un camino, un árbol, o lo que come…

Entre medias sí ocurren cosas, además cosas importantes para la trama a las que hay que estar atentos, si te queda un mínimo de atención, claro.

Puede que se deba a lo que dice el protagonista sobre sí mismo al comienzo: «Para mí —y está claro que para muchos escritores novatos como yo—, el problema es decidir cómo empezar». Si se trata de emular la escritura de un novel, King se ha acercado bastante en algunos aspectos.

¿Cuál es la parte que más me ha gustado y enganchado? (aquí va un pequeño spoiler, pero no creo que reviente mucho): la parte del cautiverio de Charlie y ese momento a lo gladiadores que se marca King (estamos hablando de la página 505 y la novela tiene 850). Ahí sí disfruté de lo lindo. Luego decae de nuevo y volvemos a descripciones interminables sobre los recovecos del palacio y el camino hasta llegar al villano.

Entiendo que uno de los aspectos identificativos de la fantasía es la descripción, ya que hay que contar cómo es un mundo que no existe, pero, a mí se me hizo cansino.

A lo mejor me he pasado, siempre tengo esa sensación cuando escribo reseñas negativas, que, por otra parte, son las que más me leéis.

Si no estáis de acuerdo, por favor, dejadme un comentario.

Los personajes. De nuevo viejo cascarrabias, jovenzuelo inexperto (y perrete, en realidad, perreta: Radar). En este caso me ha sorprendido la mala baba que tiene el jovenzuelo y su dualidad. Charlie Reade ha vivido una niñez y preadolescencia muy jorobada (su madre muere en un accidente y su padre se echa al alcohol) y el chico se desahoga haciendo gamberradas más o menos graves —de las que después se sentirá muy culpable—, al tiempo que cuida de su padre.

Su padre logra recuperarse y Charlie abandona sus fechorías y se convierte en un chico muy formal. De hecho, se compromete a cuidar del enfermo señor Bowditch y de su perra, pero luego muestra unos puntitos muy agresivos y hasta crueles, como partirle las muñecas a un menda y apuntarle con una pistola a la cabeza.

Y esto lo hace en nuestro mundo, en nuestra realidad. En la otra tampoco se queda corto, como veréis —o habréis visto— en el momento gladiadores que he mentado antes. La verdad es que, bien pesando, esta mala leche impropia de los protagonistas inmaduros de King le da un puntito de realismo al personaje, aunque a la vez, se lo quita, no creo que sea tan sencillo e instintivo eso de apuntar a alguien con una pistola.

Personajes por los que pasa por encima: el ejército de los malos y su rey (Elden, el Cthulhu de ese mundo) que molan mucho, pero a los que apenas conocemos.

Un ejército de esqueletos con auras refulgentes, que electrocutan al tacto, una terrible guardiana giganta, cuya hija es una guerrera, un enano con muy mala leche…

Otra cosa que me llamó la atención, y esto puede ser una opinión impopular, es que Charlie arriesgue su vida y la salud mental de su padre para salvar a Radar. La perra está muy viejita y la clave para devolverle el vigor está en el otro mundo, pero para eso tiene que abandonar el suyo y a su padre, que, recordemos, es un viudo alcohólico. Entiendo y comparto el amor por los animales, sin embargo, pienso que en este caso no es suficiente para el peligro que comporta. Quizá tendría que haber buscado un aliciente más potente (vamos a ver, a King todavía le quedaba el padre del chico…) o complementarlo.

En general la novela me ha dejado un regusto infantiloide, como si fuera una lectura juvenil.

Para fantasía me quedo con La torre oscura y, por supuesto, con el Stephen King de terror, novela negra o viajes en el tiempo.

Sinopsis:

Charlie Reade parece un estudiante de instituto normal y corriente, pero carga con un gran peso sobre los hombros. Cuando él solo tenía diez años, su madre fue víctima de un atropello y la pena empujó a su padre a la bebida. Aunque era demasiado joven, Charlie tuvo que aprender a cuidarse solo… y también a ocuparse de su padre.

Ahora, con diecisiete años, Charlie encuentra dos amigos inesperados: una perra llamada Radar y Howard Bowditch, su anciano dueño. El señor Bowditch es un ermitaño que vive en una colina enorme, en una casa enorme que tiene un cobertizo cerrado a cal y canto en el patio trasero. A veces, sonidos extraños emergen de él.Mientras Charlie se encarga de hacer recados para el señor Bowditch, Radar y él se hacen inseparables. Cuando el anciano fallece, le deja al chico una cinta de casete que contiene una historia increíble y el gran secreto que Bowditch ha guardado durante toda su vida: dentro de su cobertizo existe un portal que conduce a otro mundo.

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